Soy un contador de historias y, por tanto, antes de proponerles un brindis, voy a contarles una historia.
Gozaba tanto leyendo historias que, un día, este niño, ya un joven, se dedicó también a inventarlas y escribirlas. Lo hacía con dificultad pero, al mismo tiempo, con felicidad y gozando cuando escribía tanto como cuando leía.
Sin embargo, el personaje de mi historia era muy consciente de que una cosa era el mundo de la realidad y otra, muy distinta, el mundo del sueño y la literatura y que este último solo existía cuando él leía y escribía. El resto del tiempo, se eclipsaba.
Hasta que en un amanecer neoyorquino el protagonista de mi cuento recibió una sorpresiva llamada en la que un señor de apellido impronunciable le anunció que había recibido un premio y que tendría que ir a recibirlo a una ciudad llamada Estocolmo, capital de un país llamado Suecia (o algo así).
Mi personaje comenzó entonces, maravillado, a vivir, en la vida real, una de esas experiencias que, hasta entonces, solo existían para él en el dominio ideal e irreal de la literatura. Todavía sigue allí, desconcertado, sin saber si sueña o está despierto, si aquello que vive lo vive de verdad o de mentira, si esto que le pasa es la vida o es la literatura, porque los límites entre ambas parecen haberse eclipsado por completo.
Queridos amigos, ahora ya puedo proponerles el brindis prometido. Brindemos por Suecia, ese curioso país que parece haber conseguido, para ciertos privilegiados, el milagro de que la vida sea literatura y la literatura vida.
¡Salud y muchas gracias!
Brindis del Nobel Vargas Llosa para la recepción posterior a la ceremonia.